Baéz Sosa y los casos que llegaron a la ficción

Publicado: 16 / 01 /2023


El caso Bez Sosa una crnica policial que inspira a la literatura
El caso Báez Sosa, una crónica policial que inspira a la literatura.

La aparición de libros como “Pulsión”, brutal ficción de Gabriela Exilart sobre la violencia juvenil que replica patrones de odio y machismo a través de una historia inspirada en la de Fernando Baéz Sosa, el joven asesinado tres veranos atrás por un grupo de rugbiers a la salida de un boliche en Gesell cuyo juicio se lleva adelante en estos días movilizando a todo un pais, evidencia cómo la literatura entreteje sus redes con una realidad que sublima y muchas veces transforma en obra maestra, desde escritores como Emmanuele Carrere hasta Leila Slimani o Carlos Busqued.

Entre el periodismo que se dedica a narrar y encuadrar episodios en proximidad con el momento en que se producen y la Historia, que por el contrario reinvidica la distancia como herramienta decisiva para analizar el pasado, la literatura irrumpe como un registro flexible que puede dar cuenta de una realidad sin atender a sus variables temporales: el reto va por otro lado y tiene que ver con alojar la complejidad de un acontecimiento perforando su secuencia narrativa para formular interrogantes, instalar dilemas y en todo caso cuestionar las sentencias rápidas que dispara el imaginario colectivo y que las redes recogen y amplifican.

La crónica policial instala cada tanto crímenes que por sus componentes aberrantes o inverosímiles, por la manera en se rompe el sentido común instituido en torno a los límites del daño o la perversión, se coagulan durante un tiempo en la agenda social y generan un ilusorio juego maniqueo en el que se redobla la identificación con las víctimas y se repudia a los victimarios -a veces incluso a sus familias- confinándolos a una otredad ajena y bestial que repele los alcances de lo que Hannah Arendt concibió como la banalidad del mal. Así ocurre en estos días con el juicio que se le sigue a los ocho rugbiers acusados de asesinar a Fernando Báez Sosa durante el fátidico enero de 2020, seguido por enormes audiencias que se retuercen de tristeza ante el dolor de los padres del joven y creen detectar señales de frialdad o alevosía en los rostros impasibles de los detenidos.

A riesgo de leer con peligrosa literalidad lo que ocurre en torno a uno de los casos más estremecedores de los últimos años, acaso porque involucra dilemas sobre aquello de lo que puede ser capaz un hijo o sobre los grados de violencia que una sociedad puede alentar y tolerar, la escritora Gabriela Exilart publicó en estos días “Pulsión”, una novela donde si bien las referencias están trastocadas y la ficción teje sus propias combinaciones, los paralelos con el caso Báez Sosa son inevitables y aparecen dimesionados incluso con la utilización de significantes reveladores de la brutalidad del crimen.

Gabriela Exilart narr la violencia juvenil
Gabriela Exilart narró la violencia juvenil.

“El pibe caducó”, dice uno de los personajes de esta ficción luego de haber participado de asesinato cometido en manada en un boliche de la costa argentina: el verbo escalofriante remite a la expresión que utilizó Lucas Pertossi, uno de los acusados por el asesinato de Báez Sosa minutos después de haber escapado de la escena del crimen. En la novela de Exilart nunca se mencionará el lugar ni el momento pero todo remite al crimen que trastocó a Villa Gesell y tiñó de muerte la típica postal balnearia de jóvenes peregrinando con euforia hacia la Meca del turismo adolescente. ¿Cuál es el sentido de recuperar desde la literatura una historia que los medios reconstruyen día tras días a través con una crudeza que deja poco para la imaginación?

La singularidad de “Pulsión”, editado por Sudamericana, es que la también abogada y docente no se sitúa en las víctimas incuestionables del caso real -Báez Sosa y su familia- sino en otra subjetividad que en menor medida puede asumir rasgos de “damnificada”: la madre de un acusado, en este caso una mujer llamada Ada, que se convierte en el disparador para problematizar cómo se derrumban las vidas aledañas de un chico acusado de un asesinato, lo que lleva a un camino insondable de reproches, lamentos y preguntas sin respuesta. ¿Cómo fue capaz? ¿En qué medida la violencia que se respira en las sociedades y los pactos de masculinidad le dan correlato sutil al impulso de golpear hasta matar?

Con los chicos, no

Una niñera dominicana que en 2012 mató a puñaladas a los dos chicos que cuidaba en una casa de Nueva York es el origen de “Canción dulce” (Cabaret Voltaire), novela de la franco-marroquí Leila Slimani (Rabat, 1981) que ganó el premio Goncourt 2016.

“El bebé ha muerto” es la frase con que abre la novela, “al menos” no sufrió dice el médico ante “el cuerpo desarticulado que flotaba entre los juguetes”, la niña todavía estaba viva cuando llegó la ambulancia y “peleó como una bestia” por sobrevivir, no lo logró, “a la otra también había que salvarla” se lee.

La otra es la niñera, Luisa, la que en la novela de Slimani apuñala a los niños, la que en un acto exacerbando de microdiscriminación fue seleccionada por esos padres que en los vestigios burgueses de la sociedad francesa eligen, entre muchas otras solicitantes inmigrantes, a las que mejor tengan la documentación en regla, “a ver si tiene miedo de llamar a la policía o de ir al hospital”.

Padres que comparten trama también con una sociedad como la nuestra donde la crianza muchas veces no queda en manos de mujeres inmigrantes, no marfileñas, marroquíes o senegalesas como en Francia, sino paraguayas, peruanas, bolivianas. El germen de esta urdimbre en la ficción es una madre que quiere volver a su trabajo y un padre que en principio se niega pero que finalmente cede.

Leila Slimani y un caso que conmocion Pars
Leila Slimani y un caso que conmocionó París.

La novela de Slimani deja al descubierto las relaciones de poder, la presión sobre la maternidad, los prejuicios y las microprácticas de discriminación, machismo y racismo que circulan en las sociedades actuales.

Desde una escritura que cruza lo confesional, lo descarnado y hasta lo impúdico en estructuras donde las vidas ajenas son muchas veces un pretexto para volver sobre la suya, el escritor y periodista francés Emmanuel Carrère, alimenta su literatura de personajes reales caídos en degracia o tragedias sociales que convocan al espanto: lo hizo con “El adversario”, la obra que cuenta la historia de Jean-Claude Romand, el hombre que pasó 18 años haciéndose pasar por un importante médico y en 1993, sintiendo que lo iban a descubrir, mató con un rifle a su esposa, a sus dos hijos de 7 y 5 años, a sus padres y a su perro en un crimen que conmocionó a Francia.

Carrère se obsesionó con su historia y durante años le envió cartas hasta que consiguió entrevistarlo y escribió un monumental crónica publicada en 2000 donde reconstruye los hechos con precisión asfixiante, no solo para narrar el macabro epílogo sino cada una de las trampas en que se fue envolviendo a sí mismo el falso médico. Acaso uno de los aspectos más inquietantes es detectar cómo aquello que empieza como una impostura sencilla termina convertido en un sofisticado mecanismo de engaños que en su punto de complejidad máxima termina empujando a un hombre a trasponer el umbral máximo de la crueldad.

“El adversario”, que fue llevada al cine tres años después en una versión protagonizada por Daniel Auteuil, consagró al escritor como un emblema de la no ficción y despejó las vacilaciones o los reparos en torno a los límites de la exposición, propia y ajena. Desde entonces, el escritor ya no dudó en convertir sus flaquezas o la de sus allegados como material de indagación de sus textos.

Después de tomar otros casos resonantes -como el de Eduard Limónov, ensayista, novelista, agitador cultural, activista político pero además ícono de la resistencia política contra el régimen de Vladimir Putin- y de ventilar la crisis en la que cayó tras su escabroso divorcio en “Yoga”, Carrere volverá a las librerías argentinos en un par de meses con “V13”, el libro que reúne su cobertura ehxaustiva del juicio a los terroristas responsables de los atentados del viernes 13 de noviembre de 2015 al teatro Bataclan de París en el que murieron 131 personas y otras 415 resultaron heridas.

La propuesta surgió del director adjunto del semanario l’Obs, Grégoire Leménager, quien lo convocó a escribir sobre el histórico juicio por el V13. Así, el narrador y cronista francés se pasó varios meses encerrado en una sala de audiencias durante cinco días a la semana, puliendo al filo del día cada uno de los apuntes que decantarían en una columna semanal de casi 8.000 caracterez.  “Trabajar con un periodista como Emmanuel Carrère significa trabajar con un periodista perfecto, que se empeña en entregar cada semana un ejemplar perfecto, perfectamente puntual, sin el menor error de sintaxis ni el menor problema de legibilidad”, definió Leménager al conjunto de crónicas que en Francia ya se publicaron y acá llegarán por el sello Anagrama.

Carlos Busqued le dio voz a un asesino de taxistas
Carlos Busqued le dio voz a un asesino de taxistas.

El asesino de taxistas

 “Magnetizado”, de Carlos Busqued (1970-2021), autor de culto ya en vida que escribió uno de los relatos policiales reales basados en entrevistas más interesantes de la literatura argentina, repasa los pocos días de septiembre de 1982, plena dictadura, en que Ricardo Melogno asesina a cuatro taxistas, su hermano lo entrega a la policía y es apresado para pasar a vivir más de 34 años en cárceles y pabellones psiquiátricos.

Construido a partir de grabaciones de entrevistas, documentos forenses y recortes de diarios, Busqued evita la interpretación y deja total espacio para la voz del protagonista y de pronto todo es literatura: la ferocidad del sistema penal y psiquiátrico,  el pensar de ese asesino serial que en septiembre de 2015 cumplió la totalidad de la condena pero está alojado por tiempo indeterminado en una clínica de salud mental.

Busqued conversa con Melogno -más de 90 horas entre noviembre de 2014 y diciembre de 2015 en el Penal de Ezeiza-, es una conversación, no hay juicio ni interrogatorio, son dos personas acercándose a la complejidad.  Se borra de su propio texto y ese es uno de los mayores valores literarios de este libro publicado por Anagrama en 2018, que tiene ecos de “A sangre fría”,  crónica literaria policial perfecta de Truman Capote.

Si el policial como género literario busca desentrañar quién es ese asesino, cristalizar al monstruo, otro valor de este libro es que no hay esa pregunta. En la charla entre Busqued y Melogno hay un quiénes somos, los abismos a los que asoma esa conversación es al monstruo que habita cada persona, cada lector, recorre el derrotero de alguien que dice, justamente al final del texto: “Yo fui una cucaracha. Y después un monstruo. Y después un preso. Me gustaría ser una persona”.

El mayor desconcierto de esta historia es el matar por matar. Melongo -“un muchacho apacible, opacado, ensimismado”, describían sus vecinos a la prensa- no esgrimió motivos para asesinar a los taxistas -fue una “explosión de unos días, que empezó sin una causa aparente” dijo a la policía sin resistencias el joven de 27 años inmediatamente después de ser arrestado.

El método era idéntico. Se paraba en la calle y dejaba pasar taxis durante horas hasta que una señal, una voz interna, le decía “éste”. Subía, tomaba su viaje, mantenía una charla amena con los taxistas y sin aviso ni amenazas les disparaba en la cabeza desde el asiento trasero del auto antes de pagar. No bajaba enseguida. Fumaba un cigarro y se quedaba con los documentos de las taxistas, por las fotos, para que “los espíritus de los muertos no volvieran a molestarlo”.

Después, indefectiblemente, se iba a comer a un bodegón en zona. Una noche se le pegó un tenedor a la mano y dijo “la mierda, estoy magnetizado”, era por la sangre de una de las víctimas, todas encontradas en una esquina oscura dentro del auto, con las luces delanteras encendidas y el motor apagado, sin rastro de violencia ni preocupación en el rostro.

Un padre brutal

 Otro caso que superó la ficción y llegó a la literatura novelado por Paolo Sortino en “Elisabeth” fue el de “monstruo de Austria”, bautizado así por la prensa internacional cuando se lo conoció en 2008 a raíz de la hospitalización de uno de los siete hijos que Elisabeth Fritzl tuvo con su padre Josef en el búnker nuclear proyectado por él mismo y construido en los cimientos de su casa familiar.

Allí la mantuvo secuestrada casi 24 años, desde su 18, sistematizando las violaciones a las que la sometía desde los 11. Caso que terminó con  la relocalización y el cambio de identidad de todas las víctimas y cadena perpetua en 2009 contra el perpetrador, hoy de 87 años.

Sortino construyó una crónica ficcional a partir de una voz narrativa que no formula juicios y reinventa algunos episodios debido al secreto de sumario persistente en las actas del juicio contra el “monstruo de Amstetten”, nombre que recibió el caso a nivel local.
Así se llamaba la ciudad donde ocurrieron los hechos, invisibles para una comunidad entera, desatados en 1984 cuando Fritzl llevó engañada a su hija Elisabeth al sótano donde la mantendría cautiva más de dos décadas y donde la obligó a escribir las cartas explicandole a su madre los motivos de su desaparición, cartas que él mismo le enviaba a su esposa para hacerle creer que había escapado de la casa.

En el lugar donde estuvo encerrada de los 18 a los 42 años bajo violencia sistemática Elisabeth tuvo siete hijos (a tres los crió su violador en “la casa de arriba”). La primera. Kerstin, nació en 1988. Siguieron Stefan, Lisa, Monika, los mellizos Alexander y Michael, quien murió a las pocas horas de nacer, y Félix. Fue Josef quien incineró los restos del bebé.

La novela, publicada por Anagrama en 2012, se resignifica en estos días según trascendidos de la prensa dando cuenta de que la condena contra Fritzl podría ser revocada el año próximo, en 2024, luego de que en 2022, un Tribunal Regional aprobara su traslado a una unidad psiquiátrica de una cárcel normal.

Esto, según las leyes austríacas, significaría que puede solicitar la libertad anticipada una vez cumplidos 15 años de condena, nueve menos de los que mantuvo encerrada a Elisabeth bajo la casa donde la crió junto a su madre y hermanos y a la que iba sumando los hijos que ella paría en el búnker, alegando que los enviaba desde donde estaba perdida porque no podía cuidarlos.





Fuente: TELAM