Eric Clapton revivió la magia del rock en una emocionante ceremonia musical ante su fervorosa audiencia porteña

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Con la elegancia de un dandy punk y la sabiduría de un anciano del rock, Eric Clapton se presentó anoche en un Vélez colmado, deslumbrando una vez más a sus fieles seguidores. Vestido con un look que podría haber engalanado tanto a un músico de culto como a un hombre de negocios cualquiera, Clapton nos mostró que la grandeza puede ser sutil y que, a sus casi 79 años, la vida sigue fluyendo como sus acordes. En el escenario, la presencia del legendario guitarrista se sintió aún más palpable; caminó hacia el micrófono con un poncho estilizado, un pañuelo al cuello que evocó el folklore de nuestras pampas, y la sonrisa de quien sabe que el amor es recíproco.

Escena 1: Sin disfraz. A medida que el tiempo pasa, la actitud rebosante de rockero se ha fusionado con la grácil elegancia del conductor de un bar en la esquina de su barrio. Clapton, sin disfraz, es el testimonio vivo de que el rock, como él, ha entrado en la madurez, pero con un brillo inigualable. Abriendo el show con “Sunshine of Your Love,” rescató el poder de su legado musical y, con cada rasgueo, hizo eco de su pista hacia la inmortalidad.

Escena 2: Viajes en el tiempo. En un repertorio que condensó su vasta trayectoria, el icónico músico navegó por los mares de su memoria, desde su ardor juvenil con Cream hasta sus días con The Dominos. Una de las sorpresas fue la inclusión de “The Call,” un tema reciente que, a pesar de ser nuevo, se sintió como una creación de su biblioteca musical eterna. Entre riffs electrizantes y momentos íntimos, Clapton reafirmó por qué es considerado uno de los grandes.

El imponente viaje sonoro incluyó además una notable interpretación acústica con “Running On Faith” y “Tears In Heaven,” temas en los que su guitarra susurró historias de amor y pérdida, resonando profundamente en un público que pareció unirse en un único latido. La presencia vibrante de su banda, encabezada por el virtuoso bajista Nathan East, amplificó la inspiradora atmósfera.

Escena 3: Oficio del blusero. Con maestría y pasión, Clapton demostró que el blues no solo está en su sangre, sino que es su esencia. “Old Love” se transformó en una cátedra improvisada, en la que cada solo de guitarra era un diálogo con su legado, un espejo en el que reflejaba la profunda conexión musical que ha cultivado a lo largo de su vida. Con cada acorde, el público absorbía una historia, una emoción.

Escena 4: La retirada. En una despedida que resonó como un himno, “Crossroads” y “Cocaine” cerraron la noche, mientras el público, extasiado, sabía que había sido parte de un momento único e irrepetible. ¿Será este el adiós definitivo de Clapton a nuestras tierras? Solo el tiempo lo dirá, aunque anoche, en el aire flotaba una respuesta: “Yo estuve allí.”