Joaquín Sabina ha dado el pistoletazo de salida a su gira de despedida “Hola y adiós” en la cautivadora Buenos Aires, un templo del rock latinoamericano donde el espíritu del trovador español se siente como en casa. Ante un Movistar Arena a reventar, el maestro de las letras se sumergió en dos horas de poesía y música, dejando claro que este adiós es una carta escrita con lágrimas de nostalgia y amor por una ciudad que lo acogió como a uno de los suyos: “Mis amigos saben que si algún día me pierdo, me deben buscar en Buenos Aires”, confiesa entre aplausos ensordecedores.
Apenas pasada la hora indicada, Iván Noble tomó el escenario como telonero. Con su voz suave y su guitarra, convirtió el arena en un bar de carretera, creando una atmósfera mágica que preludió lo que sería una fiesta inolvidable. “Es un honor abrir la fiesta del maestro de la canción”, dijo.
Noble, uno de los más aclamados exponentes del rock argentino, deleitó al público con éxitos como Perdido por perdido, Un minuto antes de dejar de quererte, y la sentida Jueves cobarde, esta última escrita junto al propio Sabina. Al escuchar sus melodías nostálgicas, la conexión con el público se hizo palpable, un eco de complicidad que culminó en un vibrante “Nunca Más” antes de que el telón se levantara para Joaquín.
Joaquín y Buenos Aires viven un romance que data de más de cuatro décadas, una relación que trasciende lo efímero: es un vínculo que podría describirse como de “amor verdadero”. La ciudad conoce sus caprichos, y él, a su vez, ha tejido un amor que cada vez se siente más genuino. En sus palabras, “es como una segunda casa para mí, y a menudo la primera”.
El inicio del espectáculo fue una declaración de intenciones: “Estamos aquí para seguir haciendo las canciones más hermosas del mundo, a pesar de lo que el tiempo nos imponga”. Y así comenzó un viaje sonoro entre la melancolía y la celebración.
Con temas emblemáticos como Lágrimas de mármol, Lo niego todo, y Calle melancolía, se tejió el entramado de una velada cargada de emociones, arrancando suspiros y alguna que otra lágrima entre los presentes. Cada palabra de Joaquín era degustada con reverencia, un ritual que convierte sus conciertos en verdaderas experiencias religiosas.
Al transcurrir la noche, Sabina nos recordó que el escenario no solo se trata de nostalgia, sino también de celebración, y así trajo a la memoria éxitos como 19 días y 500 noches, Mas de cien mentiras, y Quién me ha robado el mes de abril, una secuencia que encendió al público en un frenesí de aplausos y cantos colectivos.
Las canciones son como puentes que conectan el pasado con el presente, y así se dio paso a Camas vacías, delicadamente interpretada por la fascinante Mara Barros, demostrando que el legado de Joaquín sigue vibrando en nuevas voces.
A medida que la noche avanzaba y la energía aumentaba, Sabina encantó a los presentes con Donde habita el olvido y Peces de ciudad, dejando claro que, aunque la despedida sea dolorosa, aún existe un rayo de esperanza en el arte.
Con Tan joven y tan viejo, Joaquín selló el pacto del final, advirtiendo con sus palabras que “este es el momento del adiós”, dejando a los fanáticos con la promesa de que, aunque el reloj marque el final, los recuerdos permanecerán. “Cuando al punto final de los finales no le siguen dos puntos suspensivos”, aseguraba, haciendo eco de que en el mundo del rock, los verdaderos adioses nunca son absolutos.