San Lorenzo se llevó el triunfo con Muniain como estrella y autor de los goles.

La primera vez que pisó el césped como titular en San Lorenzo, Iker Muniain no solo se presentó al encuentro; se mostró como el altavoz del espíritu ganador, un relámpago que iluminó a sus compañeros en la antesala del partido. Con su entrega y brillantez, llevó al equipo a un vibrante 2-1 frente al Banfield, en un duelo marcado por emociones intensas y un juego que destacó su indiscutible talento.

Previo al pitido inicial, el vasco congregó a sus compañeros cerca del círculo central para dar una charla motivacional; un ritual que previó su inminente impacto en el juego. Desde el primer minuto, se hizo dueño del balón, trazando jugadas con una precisión quirúrgica, mientras San Lorenzo dominaba el encuentro pero lidiaba con la frustración de no poder abrir el marcador.

Entonces, emergió la primera controversia: Bustos quebró el silencio del marcador, solo para que el VAR interviniera ante un toque de mano no visible para el ojo humano. Sin embargo, la fortuna sonrió a San Lorenzo cuando Alexis Cuello fue derribado en el área, y el árbitro Sebastián Martínez no dudó en señalar penal. Fue Muniain quien tomó la responsabilidad, ejecutando con la frialdad de un asesino a sueldo en la línea de fuego y transformando la oportunidad en gol.

A pesar de la superioridad en el juego, una desconcentración de Campi en un pase atrás supuso un cambio de rumbo. Banfield, casi en estado letárgico, despertó y, tras un traspaso de errores que incluyó una mano de Luján, logró empatar por medio de Sepúlveda, quien ejecutó desde los doce pasos con una serenidad inusual.

El equipo de Munúa, navegando sin brújula, añoraba a su estrella, el Kitu Díaz, ausente por lesión y que se sentía como un alfiler en la rueda de un coche. Y para colmo, el primer tiempo cerró con un golpe adicional: la expulsión de Núñez, sellando un capítulo de caos y desesperanza para el equipo.

En el entretiempo, el Pipi Romagnoli, el maestro de la orquesta azulgrana, tomó decisiones estratégicas, colocando a Muniain en una nueva posición centrada. Sin embargo, su instinto atacante no dejó de brillar. Tras una jugada de equipo que dejó boquiabierta a la defensa, el español, como un cazador acechando a su presa, se arrojó hacia el área rival, y con un toque magistral, selló el 2-1 para el Ciclón y desató una ovación ensordecedora entre la hinchada.

Un gol que no solo celebró como un triunfo personal, sino como un grito de guerra del equipo. Aunque sufrió un golpe doloroso en el costado, su entrega fue inquebrantable. Al momento de ser reemplazado, la tribuna le otorgó la bienvenida que solo los ídolos merecen: una explosión de aplausos reverberó en el estadio.