el ‘grito negro’ de la música popular brasileña

Publicado: 26 / 06 /2022


Foto AFP
Foto: AFP.

Este domingo 26 de junio cumple 80 años Gilberto Gil, el artista que junto a colegas como Caetano Veloso y Tom Zé sacudió la escena musical brasileña de fines de los `60, en plena dictadura militar, con la creación del Tropicalismo, un movimiento artístico moderno y universalista que planteaba una innovación cultural a partir de la diversidad estilística, pero sin renegar de la tradición.

En esa movida en la que convivían la bossa nova, la figura “for export” de Carmen Miranda y el rock, entre otros elementos, Gilberto Gil se caracterizó por aportar los sonidos tradicionales negros provenientes de África y sus mestizajes derivados de las distintas lecturas que se hicieron de ellos en otras latitudes, como el caso del reggae y el funk.

Pero además, así como el Tropicalismo también significó un fuerte manifiesto político en favor de la libertad en medio de un clima político opresivo, este artista se posicionó como una voz fuerte y clara contra el racismo y como un defensor acérrimo del medio ambiente. Un compromiso que en la década del 2000, con la llegada de Lula al poder en Brasil, cristalizó en su gestión como ministro de Cultura, cargo que ejerció entre el 2003 y el 2008.

Su labor artística también lo consagró en noviembre pasado como miembro de la Academia Brasileña de Letras, al ser reconocido como “traductor del diálogo entre la cultura erudita y la música popular”, acaso otra gran definición de una de las características centrales del creador de clásicos como “Vamos fugir”, “Haití” o “Aquele abraço”, por citar apenas algunos.

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Foto: Archivo.

Antes de todos los reconocimientos obtenidos en los últimos años, Gilberto Gil sufrió la censura, el encarcelamiento y el exilio por parte del gobierno cívico-militar que ostentó el poder en Brasil entre 1964 y 1985. Sin embargo, supo sacarle provecho a su estadía forzada en Londres a principios de los ´70 al tomar contacto directo con muchos de los ritmos que exploraba, como el rock, la psicodelia y, fundamentalmente, el reggae.

Nacido en Salvador de Bahía, en una familia de clase media acomodada, con padres profesionales, Gilberto Gil no solo no pasó mayores apremios económicos, lo cual le permitió enfocarse en la música, sino que además fue alentado por sus progenitores para que siguiera su camino.

Con menos de 20 años ya formaba parte de algunas agrupaciones locales, en donde alternaba entre la voz, la guitarra y el acordeón; y se ganaba la vida con la composición e interpretación de jingles comerciales.

La vida del joven bahiano cambiaría abruptamente cuando en la primera mitad de los ´60 conoció a Caetano Veloso, con quien consolidó una especie de “hermandad” personal y artística que perdura hasta hoy; Tom Zé, María Bethania y Gal Costa; figuras con las que provocaría una revolución en la música popular brasileña.

Con dos discos de moderado éxito editados, la producción conjunta de 1968 “Tropicália ou Panis et Circensis” se constituyó como el gran manifiesto que sacudió al establishment cultural brasileño, con su particular propuesta que abarcó desde la estética hasta lo social. El “flower power” del movimiento hippie que crecía en San Francisco, el desparpajo del Swinging London de mediados de los `60 encarnado por Los Beatles y el carnaval se conjugaron en este movimiento que abrió las mentes y los sentidos de millones de brasileños y proyectó su arte al mundo.

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Aunque todos los integrantes de este colectivo coincidían en postura y virtudes artísticas, Gilberto Gil aparecía como el mayor responsable y el más acabado exponente de la inclusión de los ritmos y la cultura afrobrasileña; además de destacar por sus vibrantes y graciosas interpretaciones.

Pero, como era de suponer, la dictadura se sintió amenazada ante las proclamas sociales y culturales que traía aparejadas el Tropicalismo, por lo que junto a Caetano, Gilberto Gil sufrió la cárcel y luego el exilio en Londres. La despedida del país fue con un memorable recital que se editó como disco en vivo algunos años más tarde bajo el título “Barra 69”.

Más allá del desarraigo, el artista bahiano atravesó una gran etapa artística en sus tres años de exilio, al tomar contacto e intercambiar conceptos con grandes figuras del rock sajón, que quedaron subyugados ante su caudal rítmico.

A su regreso a Brasil continuó cimentando su visión local del reggae, el rock y los ritmos afro a través de la edición de varios discos, y conformó junto con Caetano, su hermana María Bethania y Gal Costa el célebre grupo Doces Bárbaros, que volvió a poner en escena la camaradería y el desparpajo de este colectivo artístico.

Sobre el final de los `70 ocurre otro hito en la historia artística de esta figura: en medio de una gira por Europa, registra una versión en portugués del himno de Bob Marley “No Woman, No Cry” al que traduce como “Não chore mais”, con el que logra su mayor éxito de ventas, a la vez que le permite conjugar gran parte de su principal misión dentro de la música popular de su país.

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A medida que avanzaba la carrera de Gilberto Gil y su reconocimiento unánime, también crecía su compromiso con diversas causas, como el medio ambiente a partir de la militancia en el Partido Verde o sus cruzadas contra el racismo.

Por todo eso, los años de la madurez sabrían de galardones nacionales e internacionales -en países de raíz sajona, fue considerado un representante clave de la llamada world music-; una segunda parte de “Tropicalía”, grabada junto a Caetano al cumplirse el 25º aniversario de su determinante primera entrega; gran reconocimiento popular y ofrecimientos para colaborar con las políticas culturales del país.

Concretamente, con la llegada al poder en 2003 del líder popular Lula da Silva, Gilberto Gil asume como ministro de Cultura, cargo que mantendrá hasta 2008, cuando decidió dimitir porque se dio cuenta de que era imposible mantener una actividad artística en paralelo debido al tiempo que demandaba la función pública.

“El Estado no hace cultura, el Estado crea las condiciones de acceso universal a los bienes simbólicos, las condiciones de creación y producción de bienes culturales, sean artefactos o mentefactos. Es porque el acceso a la cultura es un derecho básico de la ciudadanía, como el derecho a la educación, la salud, el medio ambiente saludable”, había planteado en su discurso de asunción y fue coherente en su accionar mientras estuvo en el cargo.

A los 80 años, Gilberto Gil sigue desplegando ritmo, gracia y talento en cada presentación mientras que, en el mundo, aparece como la voz negra más simbólica de la música popular brasileña.

También sigue advirtiendo sobre los efectos devastadores del maltrato humano al medio ambiente, y predicando el amor y el entendimiento entre las personas. Además de seguir refiriéndose como “mi hermano” cuando habla de Caetano Veloso, con quien suelen saludarse desde inmemorables tiempos con un beso en la boca, como justamente lo graficó este último en su canción “Ele Me Deu Um Beijo Na Boca”, en 1981.





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