el nuevo libro de Edgardo Scott

Publicado: 02 / 10 /2023


Edgardo Scott
Edgardo Scott.

Mientras asoma en librerías una versión reeditada de su novela “El exceso”, el escritor Edgardo Scott lanza por estos días “Escritor profesional”, un libro que entrega una encendida argumentación acerca de por qué la literatura no debe considerarse un trabajo en el sentido convencional y en el que caracteriza a un arquetipo de autor preocupado antes que nada por los modos de circulación de su obra y su figura pública, “como alguien que jamás mostraría una foto despeinado”, ironiza el narrador y ensayista.

En un texto de gran densidad, sin llegar a ubicarse en el lugar del policía de la literatura -ese escritor o periodista cultural que señala a quién leer y a quién no leer, o hace listas negras, sin generar producción propia- en “Escritor profesional” Scott se detiene en algunos puntos clave, que a su manera de ver la literatura tienen ciertos autores que vienen de la tradición de lo que Roberto Arlt llamaba “escritores fracasados”. Además de lanzar este libro en el que se detiene a pensar la relación entre literatura y trabajo en línea con otras indagaciones centradas en la tradición, la corrección política, la lectura o la crítica literaria, el autor acaba de reeditar su novela “El exceso”.

Scott nació en Buenos Aires en 1978 pero vive en Francia. Ha publicado los libros de cuentos “Los refugios”, “Cassette virgen”; los ensayos “Caminantes” y “Por qué escuchamos a Stevie Wonder”, entre otros: y la novela “Luto”.

Con un fino humor que sostiene el libro del principio al final, en “Escritor profesional”, publicado por el sello Godot, arma un poco en broma un decálogo, para identificar a una tipología de autor cuya obra está absolutamente subordinada a su política y circulación dentro de la industria y el campo literario. El narrador menciona que la principal característica de la obra de un escritor profesional (EP) es su previsibilidad, “algo que va completamente en contra de cierta idea de la obra de arte, y también de la representación de un artista”, según asegura a Télam.

¿Cuáles son las señas particulares de lo que Scott identifica como un EP? En su decálogo delimita los alcances de esta “estirpe”: tiene agente, lee poco y mal, es progresista y demagógico, tiene dificultades para escribir, no le importa nadie salvo el mismo y, fundamental, no lee poesía, entre otras condiciones.

“Nuestra sociedad está cegada por la excepción y las celebrities, todos creen que si hacen música van a tener la vida de Bizarrap o Lali (Espósito). Si escriben creen que van a tener el destino de Samanta Schweblin o Édouard Louis y no de los miles y miles de escritores que hay a su alrededor”.Edgardo Scott


En el libro se desprende que el “escritor profesional” elige repetirse (en género, en temática, en gestos) y esa repetición de la obra, explica Scott, redunda en una repetición de sus gestos o posturas en tanto figura pública: “Cada paso de su obra y de su carrera es más o menos el que se esperaba, lo cual, como sabemos, es algo bastante habitual y hasta lógico en una carrera profesional, pero, otra vez, la idea es que la literatura o el arte pudieran funcionar de otro modo” sostiene.

Edgardo Scott
Edgardo Scott.


-Pensando en algo más general que en el “escritor profesional” ¿Qué define que alguien sea escritor?

-Creo que hay varias tradiciones y estilos de escritor. Y cada escritor pone el acento en algo diferente respecto de esa ética. Entonces yo puedo responder respecto de lo que es para mí un escritor, y que en principio se distingue de alguien que no lo es. Quiero decir, evidentemente no basta con escribir libros y publicarlos, para “ser escritor”. Por un lado porque hay una autorización personal que es suficiente; hay escritores que se saben tales y no necesitan de ningún reconocimiento “exterior”. Por lo tanto es probable que para ser escritor haya que tener esa convicción íntima, un poco diríamos, a prueba de balas, pero también a prueba de halagos.

Me acuerdo de que Chitarroni, a quien quise y admiro tanto, decía que en realidad para “ser escritor” había que estar dispuesto a no escribir ni una sola página. Algo que suena entre contradictorio y paradojal, pero entiendo que se refería a una ética de la lengua por donde pasaría la cosa. Por eso hay tantos escritores de los que valoramos o conocemos menos sus libros que sus intervenciones. Pienso en Macedonio (Fernández) y en Fogwill, por ejemplo. Las intervenciones, los gestos, la poética de ellos en tanto “escritores” es tan fuerte o más que sus textos. ¿Eso por qué es? Porque se las ingeniaron para entrar en la lengua, para intervenirla. Yo les decía a unos amigos que cuando Messi dijo “Qué hacés bobo”, fue como un bautismo, entró en la lengua argentina, y tomando una posición, hasta entonces había sido un héroe del fútbol, pero no de la cultura. Un escritor es eso: alguien que marca un idioma, porque posee una lengua propia.

-¿Es importante construir una imagen de escritor mientras se “edifica” una obra?

-Primero arrancaría por la fatalidad: es imposible no construirla. De hecho cualquier persona tiene una imagen tanto para sí como para los otros. Lo que pasa es que alguien que accede a cierta notoriedad o, como decimos hoy, “visibilidad”, en un medio, proyecta esa imagen de manera más acentuada y, por supuesto, está claro que las redes sociales han exasperado estos mecanismos. Volviendo a lo anterior, hay una coherencia premeditada y repetida en ciertos gestos de los “escritores profesionales”. Nunca hay desvío y menos extravío. Como alguien que jamás mostraría una foto despeinado. Pareciera que cada “escritor profesional” tiene su uniforme y no se lo saca ni para dormir.

-¿Por qué para vos está bien que la literatura no sea un trabajo?

-Porque si no, va a ocurrirle todo lo que pasa con o en los trabajos (decimos “si”, pero en realidad ya está sucediendo, porque la tendencia general es que el arte vaya hacia ahí). Además que cuando decimos trabajo, deberíamos decir, trabajo “hoy”. ¿En qué lugar está ubicado el trabajo hoy? Esa quimera de “realización personal, progreso económico, reconocimiento civil” que en realidad se transforma en demanda constante, sobreexigencia, precarización, y culpabilización no sólo del que no encaja sino del que no avanza y hasta ¡disfruta! lo suficiente. Es una época de mucha perversión, de mucha hipocresía en relación a un ideal de trabajo que, con suerte, apenas cubre el rango de lo excepcional. Nuestra sociedad está cegada por la excepción y las celebrities, todos creen que si hacen música van a tener la vida de Bizarrap o Lali (Espósito). Si escriben creen que van a tener el destino de Samanta Schweblin o Édouard Louis y no de los miles y miles de escritores que hay a su alrededor.

-¿Por qué sostenés en tu ensayo que los escritores no recomiendan a sus contemporáneos?

-Hoy es una época más liviana, no hay peleas o polémicas entre escritores como antes, todo es más liviano e hipócrita. Pero en el caso de los EP te diría que es un gesto bancario: los bancos le dan al que ya tiene, ¿no? Los EP van a recomendar a un contemporáneo si en el mapa de la visibilidad eso puede servirles de algo.

-¿Cuál es la expectativa del escritor (EP o no) cuando publica su obra?

-La expectativa –o el cálculo, en este caso– es poner en marcha la maquinita. Con cada libro –hablo de los EP– se relanza y realimenta el ciclo económico. Como los Stones con cada disco: sabemos que después viene la gira mundial (risas). Para el EP publicar es un nuevo anticipo, las posibilidad de traducciones, la candidatura o postulación a premios, las invitaciones de festivales, tal vez la posibilidad de una adaptación a serie o película, es decir, la visibilidad requiere de estar presente. También es cierto que cuando un EP adquiere cierta visibilidad más estable –y por ende redituable– puede tomarse, digamos, “vacaciones más largas”.

-Se publica también en estos días “El exceso”, una novela que transcurre en los 90, donde la historia argentina ocupa un lugar importante en el fondo de los hechos ¿El menemismo es una marca literaria fuerte en tu generación, así como la dictadura lo fue para una generación previa a la tuya?

-La lógica diría que sí y hay algunas novelas o textos en mi generación que dan cuenta de eso, por ejemplo, “Los años felices”, de Sebastián Robles, algunos textos de Incardona o de Maga Etchebarne; está “El trabajo”, de Aníbal Jarkowski, tal vez la mejor novela sobre esos años, pero es cierto que Aníbal no es de mi generación. Sin embargo, en proporción a la cantidad de escritores y escritoras destacadas de mi generación, creo que no. Y que justamente eso es sintomático. Mi generación abandonó la novela política y, por consiguiente, los años 90, que hubieran sido los años clave para contar, también porque entonces nosotros fuimos jóvenes en esa época, y los escritores suelen empezar contando ese tiempo, el tiempo de su infancia o juventud. Muchas veces optaron por representaciones de la dictadura y si no el presente, en muchos casos, autorreferencial.

-¿La pirámide social que en la punta tiene a un ministro en tu novela ayuda a hacer un paneo de las clases argentinas?

-Valle, el ministro duhaldista de “El exceso”, es un arribista, de los tantos que se han aprovechado de la política, los cargos y el Estado, para enriquecerse. Por eso es a su vez es el personaje principal de la novela, porque es el emblema de esa época. Es un personaje arltiano, viene de la clase baja pero gracias a la traición podrá cambiar de clase. Todos los personajes hacen ese movimiento salvo Elena, la empleada doméstica, donde sin embargo esa movilidad social se traslada a la hija que sería un poco por la educación y otro poco porque se va a vivir y trabajar afuera. Creo que el conflicto de la lucha de clases hay que leerlo siempre en la relación de cada subjetividad con el poder. O por lo menos en la novela esa es la apuesta: organizar los retratos de los personajes en sus peripecias para a partir de esa dinámica ubicar qué formas de poder articulan ellos mismos. “El exceso” es una novela política, no ideológica, es una novela sobre el poder, pero no una novela partidaria o militante.

-Hay dos personajes jóvenes: el hijo del ministro pasando la realidad a la virtualidad y el novio bisexual ¿Son marcas de los cambios generacionales?

-Seguramente. En el caso del chico es la idea de la evasión privada, la evasión de la realidad por la pantallita, algo que en la infancia y sobre todo la adolescencia de mi generación se afirmó en los videojuegos. Respecto de la sexualidad del último personaje… por algo Spinetta cantaba: “Cultura y poder son esta porno bajón”… las formas de goce o placer son siempre modos privados, metáforas de una estructura de poder pública, política.





Fuente: TELAM