La banda sonora del regreso a la democracia
Publicado: 17 / 11 /2023
Ya desde 1982, el rock nacional venía motorizado por una gran paradoja: en el marco de la Guerra de Malvinas, la dictadura había vetado la difusión de música en inglés. Esto no hizo más que fertilizar el semillero: radios, fiestas, recitales, florecieron en nuestra propia lengua. Cuando llegó la primavera alfonsinista, el rock ya sacaba músculo con un canto propio y una refundación musical.
No es casual que portadas, letras, títulos y sonidos reflejaran –en álbumes de tan distintos estilos– las dos caras de la misma moneda que para 1983 aún giraba en el aire: represión, desaparecidos, cuerpos atados, conviven en la imagen y la palabra de este capítulo discográfico que al mismo tiempo celebra haber dejado todo eso atrás con un signo de fiesta.
“No se desesperen”: el himno celebratorio para ahuyentar demonios
Los Abuelos de la nada –nombre robado a las páginas de Leopoldo Marechal– tuvieron en Miguel Abuelo, artífice y frontman de la banda, al gran anfitrión de la fiesta democrática: “Ninguna bala parará este tren” cantaba el juglar eléctrico en homenaje al triunfo frente a la dictadura. Un aliento premonitorio que hoy cobra inesperada densidad social y política.
El disco “Vasos y besos” conjugó en un seleccionado de talentos (Andrés Calamaro, Cachorro López, el Vasco Bazterrica, Daniel Melingo y Polo Corbella en batería) la fórmula para procrear éxitos: “Mil horas”, “Chalaman”, entre otras plegarias felices.
El primer moderno, siempre
Charly, vanguardia siempre, parió al borde de la democracia su obra icónica: “Clics modernos”. Secuenciadores y bandoneones, letras temerarias, a veces ambiguas, a veces proverbiales: “Los amigos del barrio, pueden desaparecer/ pero los dinosaurios, van a desaparecer”.
Joe Blaney, que venía de producir a Clash y participó de este álbum grabado en Nueva York, recuerda que en el estudio algunos argentinos se emocionaron al escuchar “Los dinosaurios”.
El bigote bicolor no pasó desapercibido en la capital imperial: este noviembre, la misma ochava que es portada de “Clics modernos” fue bautizada por la alcaidía de Nueva York “esquina Charly García”.
Pero los dinosaurios ¿Van a desaparecer?
“Tirar la piña en otra dirección…”
Federico Moura, impulsor de algo argentino que hasta él no conocíamos, explotó creativamente en este disco de Virus: “Agujero interior” traía en su voz una potencia nueva y criolla que él mismo estaba inventando. La placa –lanzada exactamente el 10 de diciembre en que asumía Raúl Alfonsín– incluía un recuerdo expreso: bajo el título “Ellos nos han separado”; Federico aludía en esa canción a Jorge Moura, el mayor de estos hermanos platenses, secuestrado por la dictadura tres años antes.
Si bien no era el debut –lo precedían “Wadu” (1981) y Recrudece (1982)– con “Agujero interior” la banda ascendió a primera en una revancha merecida, luego de haber recibido los consabidos naranjazos y otros objetos de un público tan violento como reprimido, a tono con la época, en el BARock de 1981.
El entusiasta que produjo la placa y confió en ellos era Michel Peyronel, rudo baterista de Riff, banda heavy y misógina liderada por el mítico Pappo. Los extremos, en efecto, se tocaban. Pero todos estaban del lado de la democracia.
Una dicha nueva que se puso en movimiento
No ajeno al enorme Charly, cuya producción artística fue clave para llegar a un álbum tan ágil y divertido como impecable en sus detalles, en juegos de ritmo, en coros, en esa mirada panorámica del maestro, “La dicha en movimiento”, de Twist, sale a la venta un 17 de octubre.
La ironía, como ingrediente activo en las letras surrealistas de Pipo Cipolatti, saturan la placa de una felicidad armónica. La cristalina voz de la muy joven corista Fabiana Cantilo, los “abuelos de la nada” Daniel Melingo –coautor de varios hits– y Polo Corbella, completaban un baile interminable que con humor exorcizaba, por ejemplo, un caso de secuestro (“Pensé que se trataba de cieguitos”). Era buena hora para reírse del monstruo. E imposible imaginar que la bestia, a cuarenta años, podía asomar otra vez.
V8: encendiendo los motores
Ricardo Iorio, recientemente fallecido, aquí en su mejor versión de metal futuro. Al líder áspero bien le cabría la frase que Julio Cortázar le asignó al enorme Charlie Parker: “esto lo estoy tocando mañana”. A eso sonaba el primer disco de metal ciento por ciento en Argentina.
“Luchando por el metal” era una espada hiriente que relumbraba (pocos la reconocieron) en el horizonte del rock. V8 corría en otra dimensión que los oídos argentinos todavía no identificaban. Eran la respuesta proletaria, urgente, contra la opresión real: “basta de cargar con el morral/basta de los signos de la paz”. De ellos también era ese momento.
“Aunque no lo veamos…”
Marilina Ross, pionera absoluta del rock hecho por mujeres, dejó su impronta en “Soles” (terminado en 1982 pero circulado en los días que hoy evocamos) con éxitos inoxidables como “Puerto Pollensa”; “Aquí y ahora”; “Vos, yo, uno más uno”; “Aquí y ahora”. La propia Ross contó oportunamente a Télam : “‘Soles’ fue mi vuelta al país desde el exilio. Yo seguía prohibida”.
“Me daba mucho placer instalar en las almas de mis compatriotas, con tantas cicatrices, las sabias palabras que alguien me transmitió cuando estaba muy triste: ‘Aunque no lo veamos, el Sol siempre está…’ Era como un mantra que curaba heridas y sentí que nos aliviaba a todos”.
“Huevos”
Miguel Mateos, el artífice de la banda Zas, el trovador pop, tenaz y productivo, el preferido de Daniel Grinbank, venía de dos álbumes previos, sin gran repercusión. “Huevos” lo consagró masivamente con alusiones expresas a la caída de la dictadura, empezando por la que lleva en su título: “Si pasan música nacional/ No es que se hayan dado cuenta/ Que la cultura de un país/Está en su gente/ Y yo sé que aquí hay polenta”.
En aquella misma canción Mateos narra un hecho puntual, ocurrido apenas un año antes: “Yo sé que a pesar de todo/La lucha es desigual/Hoy te convocan a la plaza/Y mañana te la dan”. Pero él invertía el orden de los acontecimientos, seguramente para conciliar la rima.
Lo cierto: el 30 de marzo, la policía y los servicios habían reprimido brutalmente –secuestros incluidos– una nutrida manifestación de la CGT en Plaza de Mayo. Apenas 72 horas después, otra multitud colmaba el mismo espacio aclamando al general beodo: eso también era Argentina.
Punk de acá
“Represión a la vuelta de tu casa/ Represión en el quiosco de la esquina/ Represión en la panadería/ Represión… 24 horas al día” cantaban los Violadores en el primer tema del lado B de su disco debut y homónimo, ratificando que 1983 era una explosión de pasado, un resultado, un grito de guerra previo al renacimiento.
La placa reúne doce canciones breves y punzantes. Entre sus éxitos, con un vistazo rápido hacia atrás lleno de burla, parodiaban, por ejemplo “El extraño de pelo largo”, éxito setentoso con guiños hippies.
El ítalo-escocés más argentino de todos los tiempos
Mito de mitos, huyendo de la heroína, Luca Prodan llegó a donde buscaba, aun sin saber: un país surrealista que –tras su estado de coma–volvía a respirar. El hombre vino con su guitarra, su cámara de eco a cinta, su poesía, su insolencia, su verdad a ultranza, esa que Argentina pedía a gritos.
“Corpiños en la madrugada” -primer álbum de Sumo– era, en su origen (luego se reeditó) un precario casete: 300 ejemplares vendidos a mano, a la salida de los shows. Así empezó la leyenda del artista maldito que ancló en Buenos Aires, donde concibió canciones deslumbrantes, como “Fuck you” o “Heroin”. Otro dato que revela las conexiones subterráneas de entonces: la letra de “Mejor no hablar de ciertas cosas” pertenecía al Indio Solari.
Diana Nylon: “una Nina Hagen porteña, demente”
El encomillado del título es una definición, dicen, de su amigo Luca Prodan. La banda se llamaba Nylon, a secas. Pero la banda era Diana: su punkismo, su frescura, su descaro, su irreverencia. Este único disco que grabó, titulado “El Ciudadano” tuvo una circulación casi nula antes de convertirse en un objeto de culto. En la placa participaron Fabiana Cantilo, Andrés Calamaro y el omnipresente Daniel Melingo, entre otros.
Eran todos parte de una misma tribu que ya venía forzando los límites desde la cerrada dictadura de 1980. La portada del vinilo no puede ser más testimonial: la foto de un cuerpo amordazado y un rótulo rojo sobreimpreso que rezaba: “Antes del 30 de octubre”: fecha de las elecciones que ese mismo año consagrarían presidente a Raúl Alfonsín tras cuatro décadas –precisamente– de mordazas y cuerpos atados.
Sergio Aisenstein, pareja de Diana, fue uno de los grandes reivindicadores de la creatividad de su compañera en Freakenstein, autobiografía que publicó en 2016, donde narra, dicho sea de paso, la escena de los tempranos 80, a partir de la cual se entiende 1983 como el resultado de algo que había rugido en silencio y acabó manifestándose.
Parafraseando a Scalabrini Ortiz, todo aquello “era el subsuelo de la patria sublevado”. Un subsuelo burgués, si se quiere, pero manifestándose como eco de mayorías en la música plural, corrosiva, de aquel nuevo capítulo donde se cerraba otro para siempre. O al menos eso creímos, aunque hoy parece querer volver, disfrazado de cotillón, como la otrora apócrifa “Música en libertad” que no era, precisamente, la de este repaso.
Bonus track: Dos joyas de Luis Alberto Spinetta
En el amanecer democrático, el prócer del rock, siempre hiperproductivo, no plantó uno sino dos discos que impactaron por sonido y canciones emblemáticas.
Hablamos de “Mondo di cromo” y “Bajo Belgrano”: dos piezas bien distintas en sus motivaciones.
“Bajo Belgrano“, de Spinetta jade, fue un disco “de banda”, donde interactúa con músicos de elite como César Franov y Leo Sujatovich. El disco corresponde a una etapa esencialmente “progresiva”; sin embargo, alberga canciones que asoman con su brillo sin que el esmero instrumental, propio de la formación, las opaquen.
Dos gemas como “Maribel se durmió” y “Mapa de tu amor” dan cuenta de lo anterior.
En “Mondo di cromo” –placa número 16 en la vasta carrera artística que el Flaco ya acumulaba para 1983– Spinetta marca un salto respecto de Kamikaze –su lanzamiento inmediatamente anterior– grabado casi íntegramente con guitarra acústica. Aquí, en cambio, elige la tecnología: cajas rítmicas, sintetizadores y un mundo, precisamente, de máquinas.
No obstante esa fascinación, también en “Mondo…” Spineta plasma dos bellísimas canciones que parecen sacadas de su primerísimos días llenos de folk: “Será que la canción llegó hasta el sol” (tema que bien podría haber pertenecido a Almendra o Pescado) y la más modernosa “No te alejes tanto de mí”.
En cualquier caso, el doblete da cuenta de esa pulsión inacabable a la que nos acostumbró el fundacional de nuestra música, cuyo mensaje sigue llegando en la mágica voz que tanto seguimos llevando dentro.