Principales tendencias para un balance muy positivo

Publicado: 25 / 02 /2023


El gran abasajado Steven Spielberg que recibi el Oso de Oro de mano de Bono Foto RIchard Hubner
El gran abasajado, Steven Spielberg, que recibió el Oso de Oro de mano de Bono. (Foto: RIchard Hubner)

Cuando faltan pocas horas para el anuncio del palmarés, previsto para este sábado 25, y quedan muy pocos filmes aún por estrenarse, ya puede esbozarse un primer balance de la 73ª edición de la Berlinale. Si bien el calendario anual de festivales tiene dos importantes citas previas (Sundance y Rotterdam), Berlín es la primera de las muestras grandes y de alguna manera marca el rumbo de la temporada cinéfila que luego continuarán otros tres gigantes: Cannes (el más influyente de todas), Venecia y Toronto.

La de este año fue la primera sin ningún tipo de restricciones sanitarias, de capacidad ni organizativas tras el impacto de la pandemia. Es cierto que todavía se vieron dentro de las salas algunos espectadores con barbijos, pero tras dos años complicados como 2021 y 2022 (el festival alemán nunca dejó de hacerse), la edición de 2023 se cierra con programación completa, salas llenas (la proporción de funciones agotadas sobre proyecciones totales debe ser la mayor del planeta) y una sensación de normalidad que ni siquiera se vio afectada por el “efecto Ucrania”.

Está claro que la Berlinale, aún en tiempos de crisis, es un gigante con un presupuesto de más de 32 millones de euros en el que se exhiben más de 350 películas y se venden más de 330.000 entradas a un precio que generalmente oscila entre los 15 y los 18 euros, pero así y todo se han notado este año algunos desajustes que antes eran impensables (como la constante caída del wifi en la sala de prensa, por ejemplo).

Y los tiempos cambian también a la hora de buscar sponsors: durante muchas décadas el festival tuvo como automotrices oficiales a cargo de los transportes a Volkswagen, Mercedes Benz o Audi. Este año, en cambio, las estrellas se movían en coches con logo de… Uber (uno de los principales auspiciantes), que aquí es 100% legal y tiene autos de lujo.

Y, si hablamos de estrellas, por aquí pasaron muchísimas tanto de Europa como de Hollywood (los propios medios estadounidenses estaban sorprendidos por la cantidad y calidad de las figuras en las alfombras rojas), aunque pocos momentos fueron tan emotivos y celebrados como los discursos que dio Steven Spielberg al recibir el Oso de Oro a la trayectoria de manos de Bono, el cantante de U2.

A nivel de negocios también se notó una importante recuperación, aunque al negocio del cine todavía le falta un empujón más para volver a los niveles prepandémicos (se habla que sería este mismo año).

De todas formas, más allá de la merma en la cantidad de visitantes de Rusia (por la guerra) y de China (por las restricciones a los viajeros de ese país que todavía rigen), el European Film Market (EFM), uno de los mercados audivisuales más importanes del mundo, cerró con 11.500 participantes provenientes de 132 países. Una cifra considerada extraordinaria por los organizadores, ya que en los dos últimos años la parte del mercado había sido totalmente online.

Lo que deja la Competencia Oficial

Kristen Stewart la presidenta del jurado Foto AFP
Kristen Stewart, la presidenta del jurado. (Foto AFP)

El cine alemán siempre tiene -por obvias razones- un lugar central en el festival, pero este año contó en la Competencia Oficial con tres brillantes representantes de la denominada Escuela de Berlín, el movimiento artístico-cinéfilo más importante de las últimas décadas: Christian Petzold presentó la extraordinaria tragicomedia romántica “Afire”; Angela Schanelec estrenó “Music”, exigente mixtura entre la tragedia griega y lo musical; mientras que Christoph Hochhäusler no se quedó atrás en el terreno de las audacias con “Till the End of the Night”.

La producción norteamericana tuvo a la explosiva “Manodrome”, de John Trengove, con Jesse Eisenberg y Adrien Brody, en una historia que muchos analizaron como heredera de “Taxi Driver” y “El club de la pelea”; a “BlackBerry”, del canadiense Matt Johnson, sobre el meteórico ascenso y derrumbe de la compañía de teléfonos inteligentes de ese origen; y a “Past Lives”, de Celine Song, una coproducción con Corea del Sur que ya había generado mucho interés en Sundance y que probablemente veamos en la temporada de premios del año próximo.

Entre los filmes más destacados de la Competencia Oficial aparecen “Le grand chariot”, en el que el mítico director francés Philippe Garrel trabajó con sus tres hijos (Louis, Esther y Lena) como protagonistas de la bella y triste historia de una compañía de titiriteros que se va desintegrando con lo que se va perdiendo la transmisión generacional de un oficio artesanal.

Una curiosidad: el equipo de programación seleccionó para la muestra principal dos películas de animación asiáticas como “Art College 1994”, del chino Liu Jian, que narra las experiencias iniciáticas de varios estudiantes de arte en tiempos de descubrimientos; y “Suzume”, de Makoto Shinkai, que ratificó la maestría impar del animé japonés con las deslumbrantes aventuras románticas y fantásticas de una adolescente.

Quizás las mayores sorpresas provinieron de dos jóvenes directoras iberoamericanas con agridulces historias que tienen a sendas niñas en el centro de la escena: la cineasta vasca Estibaliz Urresola Solaguren intentará con su ópera prima “20.000 especies de abejas”, que aborda con sutileza y sensibilidad una cuestión compleja como la identidad de género en la infancia, retener el Oso de Oro que en 2022 ganó la catalana Carla Simón (este año integrante del jurado oficial) con “Alcarràs” (ambos films tienen varios puntos en común).

A su vez, la mexicana Lila Avilés (“La camarista”) conmovió a la Berlinale con “Tótem”, en la que una chica de siete años intenta procesar el hecho de que su padre está luchando contra un cáncer y la celebración de su cumpleaños tiene en realidad todos los elementos propios de una despedida.

“Tótem”, de Lila Avilés

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Y un párrafo final para ese maestro del melodrama portugués que es Joâo Canijo, quien presentó el díptico “Mal Viver” (en Competencia Oficial) y “Viver Mal” (en la segunda competencia llamada Encounters). Ya desde sus títulos, pero sobre todo por sus estructuras y puntos de vista, pueden verse como anverso y reverso, como dos caras de una misma moneda: en la primera nos topamos con las cinco mujeres (madres e hijas, tías y sobrinas) que persisten en mantener un enorme y algo decadente hotel, lo que significa ocuparse de los clientes, del restaurante, de la inmensa piscina y de cualquier imprevisto.

En la segunda, el foco está puesto en lo que ocurre en cada una de las habitaciones con huéspedes tan o más enfermizos que las encargadas del lugar: desde una pareja en desintegración hasta una madre que cuestiona la relación lésbica de su hija.

Más allá de lo que finalmente decida el jurado presidido por la actriz Kristen Stewart, la de este año ha sido una destacada selección, con más hallazgos (como el melodrama chino “The Shadowless Tower”) que decepciones (como la alegórica y distópica producción sudafricana “The Survival of Kindness”).

La Berlinale recuperó su público, sus invitados y esta nueva normalidad que trajo también una cosecha de muy buen cine.





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