un esperado reencuentro entre Hilda Herrera y Juan Falú
Publicado: 24 / 12 /2023
Extraño, en el sentido de infrecuente, que dos artistas como la pianista cordobesa Hilda Herrera y el guitarrista tucumano Juan Falú compartan un escenario formal, justamente por ser ellos dos notorios defensores de una misma forma de la memoria musical de la Argentina. Por eso -también- sobresalió el encuentro que protagonizaron este viernes en el Auditorio San Rafael de la Ciudad de Buenos Aires.
“Hace 30 o 40 años que no tocamos juntos”, confesó Herrera, de 91 años, acompañada por Falú, de 75, apenas se iniciaba el concierto que, a propósito de lo dicho, fue titulado “De vuelta”.
Los encuentros entre Falú y Herrera tienen, sin embargo, una narrativa propia en el ambiente musical.
En los ’90, en años ásperos para la realidad social, guiaron juntos una serie de encuentros en el Centro Cultural San Martín en los que entrevistaban -y acompañaban- a las mujeres y hombres que construyeron buena parte de la identidad musical del país: Horacio Salgán, Gustavo “Cuchi” Leguizamón, Rolando “Chivo” Valladares, Atahualpa Yupanqui, Sebastián Piana, María Elena Walsh, Adolfo Ábalos, Carlos García, Julián Plaza, Virgilio Expósito… Aunque documentado (los encuentros fueron filmados), aquel material no está hoy disponible.
Se descubre enseguida en la sala que la memoria de aquel hermoso cauce musical del pasado impulsó a muchos asistentes a asistir al Auditorio San Rafael. Cada quien lanza el nombre del artista a cuya celebración asistió. “‘Chacho’ Muller”, “Ramón Ayala”, se gritó.
Es el deseo de encuentro con lo imposible. Ningunos de aquellos artistas todavía está. Sus músicas, insiste Herrera varias veces en la noche, nos quedan cada vez más lejos.
La retórica de Falú alimenta la narrativa construida en ausencia. “Fueron, aquellos, cinco años de encuentros”, aseveró. “Dos. Tal vez dos y medio”, corrigió Herrera. Todo mito necesita una narrativa ambigua.
El recorrido de la noche, íntegramente instrumental, recogió obras de los grandes compositores de la música argentina -una lista parecida a los invitados al ciclo Maestros del Alma-, más algunas obras poco conocidas a modo de demostración de la amplitud del repertorio de la música nacional.
Como dos buenos conversadores, sin necesidad de establecer antes de tocar más que algunas contraseñas previas, Herrera y Falú demostraron la ductilidad de la música folclórica, que no necesariamente por sus marcas rítmicas fuertes debe ser, como si fuera un mandato (y una señal de agresión al oyente), una música atolondrada, torpe. Mucho menos chillona.
El piano, por naturaleza dominante, puede presentar dificultades en la sociedad con la guitarra, sin que estén presentes las funcionalidades de una orquesta. Pero no hubo tensión en ese cruce. Esa suerte de “arreglo improvisado”, si se admite el oxímoron, que trabaja el tucumano, permite entregar protagonismo y al mismo tiempo no limitarse a la fórmula clásica del acompañamiento.
Se combinaron en la noche melodías establecidas como “Perfume del carnaval” (Leguizamón), con otras menos accesibles como la “Zamba del que se va” y “Viejo Corazón“, de Rodolfo “Polo” Giménez. En esa selección de un catamarqueño (de militancia cordobesa) se observa cierto mando de Herrera sobre el repertorio elegido. Falú incorporó su acento con obras del “Chivo” Valladares, ese hombre proclive a las formas lentas que sólo compuso zambas o vidalas, bien arraigado, por eso mismo, al pulso musical tucumano.
Aparece en un momento de la noche la figura de Yupanqui. “La nadita”, se toca, primero, como definición ostensible de su música.
Luego llega la reflexión: “Yupanqui me enseñó el secreto de la sencillez en la música“, explicó Herrera, quien luego se embarcó en una anécdota sobre la forma de enseñar de Atahualpa, siempre un poco hostil, un poco tierno, un poco malévolo.
Falú y Herrera invocan varias músicas fuera de toda marquesina. Por ejemplo, “Pantano”, una zamba heterodoxa, recopilada por Carlos García en el disco “Folklore en Piano. Volumen 3”. “Están olvidadas”, subrayó la pianista. Puede ser una referencia a la zamba pero también, a esta altura, al recopilador.
En el desenlace se invoca a la figura de Ramón Ayala en un discurso musical en el que se combinan “Canción al Río Uruguay” y “Cosechero”.
Aquel creador, feliz, infinito, dueño de letras de denuncia social y de esperanza quizá nos esté hablando a todos.