Una pequeña anécdota de la enorme Nora Cortiñas

Publicado: 02 / 06 /2024


Corría el año 2012, el clima era de gran politización en la sociedad argentina. Me tocó transitar esa etapa como estudiante en la facultad de ciencias económicas de la UBA, donde también había estudiado Gustavo; hijo de Nora desparecido por la dictadura militar.

En esa misma facultad, Norita daba clases en el curso de “Poder económico y derechos humanos”. Escucharla en la universidad pública era un privilegio del cual éramos conscientes. A pocos docentes vi captar así la atención de sus estudiantes. A ninguno/a provocar tantas lágrimas y emociones dentro de un aula.

Con gran atino, Dani Dvexler (compañero de militancia y de la facultad) propuso que la FUBA haga un homenaje a Nora e impulsé su doctorado honoris causa en la UBA. A pesar de que éramos adversarios en la política universitaria, el decano Barbieri y el rector Hallú apoyaron la propuesta y pudimos darle ese merecido reconocimiento.

Adicionalmente, la FUBA hizo un gran acto en la facultad de derecho junto a León Gieco, donde le entregamos a Norita la distinción “Deodoro Roca”, por ser un ejemplo de compromiso y lucha para la juventud (con el tiempo entendí que su ejemplo era para toda la vida). Aquel día, la buscamos por la tarde, a la salida del acto comimos pizza, ella se tomó una birra y se durmió en el auto cuando la llevamos de vuelta a su casa en Morón por la noche.

Todos los días Nora iba y volvía en tren desde el oeste hasta el centro porteño. Hacía 200 cosas por día. Nunca vi una persona con esa vitalidad. Aquí va la pequeña anécdota para que se entienda y dimensione lo que muchos saben y cuentan sobre ella.

Como les decía, el panorama en 2012 era de gran agitación política (¿cuándo no en nuestro querido país?). Yo militaba en La Mella, conducción de la Federación Universitaria de Buenos Aires, que -a su vez- tenía un rol muy activo y solidario en cuanta lucha social hubiera.

En ese momento, mi tarea era representar a la FUBA cuya agenda era muy nutrida. Un día cualquiera de abril, me toca ir al puerto a llevar el apoyo del movimiento estudiantil a Pancho Montiel y el sindicato de estibadores. Era muy temprano por la mañana (tipo 8), había un sol radiante y ahí estaba Norita, también participando de aquel acto y apoyando aquella lucha.

Nos despedimos con un abrazo y me fui al local de la FUBA en la calle Uriburu, donde me esperaba Juanma Karg con un mate y con planes de hacer la revolución en toda América Latina. Al mediodía había una conferencia de prensa en el Hotel Bauen.

Sinceramente no recuerdo cual era el motivo, pero se lo pueden imaginar. Allí fui a llevar la adhesión de la FUBA y, nuevamente, me encuentro con Nora; que llevaba la de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. La saludo de nuevo. “Te veo más seguido que a mi novia”, le digo. Nos reímos. De vuelta a la FUBA, a patear la rotonda de económicas o el estacionamiento recuperado de sociales que estaba a la vuelta.

Para finalizar la jornada, había una reunión para organizar alguna movida del ámbito educativo en la CABA. Estaban los sindicatos docentes, partidos y agrupaciones, aunque no recuerdo exactamente de qué iba la movida. Mis disculpas por los pequeños olvidos, pero no afectan la esencia de la historia.

Ya eran más de las 20, yo no daba más del sueño. Me quería ir a mi casa. Transcurrían las clásicas discusiones sobre qué hacer (y con quienes) y la reunión parecía que iba para largo. En cualquier caso, la FUBA iba a acompañar. Así que pedí la palabra, transmití nuestro apoyo y me fui.

Cuando salía, entraba ella. “Qué hacés acá Norita! No lo puedo creer. Yo tengo 25 años y estoy fusilado y vos como si nada”. Habían pasado más de 12 horas de nuestro primer encuentro y ella seguía irradiando esa sonrisa y ese cariño infinitos. Así eran todos sus días. Otra vez nos reímos y nos abrazamos.

Si bien las madres y abuelas son amadas por todo el campo popular, creo que tienen con el movimiento estudiantil una conexión especial. Al menos eso nos hicieron sentir todas ellas desde siempre, ya desde las charlas en los centros de estudiantes de los colegios secundarios y demás actividades compartidas desde la adolescencia.

Varios años después, la volví a ver en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. A sala llena, daba una charla cargada de emoción y sentido. Siempre que hablaba en un contexto así había gente llorando. Cuando terminó la charla y se abrieron preguntas e intervenciones, quise contar esta pequeña anécdota para que conozcan un lado más humano y cotidiano de aquella eminencia que veneraban. Pero me dio vergüenza. Sentí que era de figureti y me la guardé.

Me acerqué a saludarla, suponiendo que quizás no se acordaba de mi nombre. Al fin y al cabo, habían pasado varios años sin vernos y ya estaba mayorcita, digamos. “Nacho, ¿qué haces acá?”, me dijo con sorpresa. Me emocioné y me arrepentí de no haber compartido con la gallegada esta anécdota menor, pero que retrata esta gran mujer.

Hoy quiero compartir esta historia chiquita, de una mujer que cada mañana tomaba el tren y dedicó su vida a las más nobles causas populares. Porque las grandes gestas y la Historia grande la escriben las que trabajan y luchan incansablemente todos los días sin pedir nada a cambio. No conocí en vida ejemplo más grande de ello que la enorme Nora Cortiñas.

Hasta siempre Norita. Tu lucha y tu ejemplo vivirán por siempre en el pueblo.

* Licenciado en Economía. Profesor asociado de la Universidad Autónoma de Madrid.



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