‘Yo entiendo algo mínimamente cuando lo escribo, si no lo escribo estoy en el limbo’

Publicado: 06 / 01 /2023


Foto Jos Romero
Foto: José Romero.

En el libro “Los tiempos detenidos” la escritora Luisa Valenzuela compone un díptico entre virus que la conducen en una lucha personal por recuperar las palabras, resultado de una meningitis que en 2010 la sumió “en casi dos meses de desmemoria y desamparo”, a la vez que la hacen profundizar en su obsesión por descubrir o entender “de dónde vienen las historias”, parte del haber que dejaron esos otros tiempos detenidos, esta vez colectivos, 10 años después a raíz de la pandemia del Covid.

“Encierros y escritura” es el subtítulo de la publicación de Marea, una suerte de ensayo ficcional en dos movimientos: el de unos primeros tiempos internos donde la peripecia -biográfica y álmica- es reponerse a la dispersión de una meningitis viral que deja a la autora más de 60 días en coma, reconcentrar la mente caotizada para encontrar el camino de regreso al cuerpo. Los otros tiempos son los del Covid, detenido el movimiento en el espacio público, fuera del territorio de lo privado, el “aislamiento social” que, como un amigo le señala a Valenzuela en este raconto, “no es social sino físico”.

“A ese 2010 lo fui escribiendo en los meses posteriores hasta que volví a viajar, después vino una parte poética y después se agotó. Quise un par de veces combinarlo con otros textos para tener un libro -hasta le había puesto un título, ‘Circo de tres pistas’, que terminó como una antología personal- y lo dejé a la espera de algo que no pasaba. Diez años después vino la otra peste y entró en conversación con este otro virus y esta otra mirada, otra compasión digamos”, dice a Télam Valenzuela (Buenos Aires, 1937).

Ese primer libro tendría que estar dedicado al psicoanalista Carlos Brück y por un error de último momento quedó dedicado también a quien yo iba a dedicarle la segunda parte, Mirta Amores. “El libro dice ‘A Mirta Amores, inspirador y radiante legado de Carlos Brück´, ése es el error”, señala.

“Lo de la muerte no me lo pregunto tanto, pero, al revés de lo que le pasa a mucha gente cuando tiene una experiencia cercana muerte y después ya no le tiene miedo, yo me quedé más asustada con eso y con menos ganas de morir”

“Carlos era un gran psicoanalista que trabajaba la literatura. Hay un fascículo que se llama ‘La cortina negra’, muy lindo, con una tapa y una contratapa genial de Eduardo Stupía, que escribí para su fundación Programa al Sur que quedó en la nada porque cuando iban a presentarlo yo me iba de viaje, después vino la pandemia y después Carlos murió -repasa Valenzuela-. Por eso quería hacerle un pequeño homenaje, porque mantuvo un papel importante para mí, como el de Leopoldo Brizuela pero en otra instancia, conversaciones muy valiosas que este libro recupera”.

Otra distancia

“La gente que se moría y lo que veías era aterrador, esos cuerpos tirados en la calle que no tenían adónde meterlos”, dice la reconocida escritora y periodista que en esa segunda parte del libro repasa las cuestiones que la obsesionan al presente: conspiranoia, fake news, post verdad y capitalismo, cuestiones que en pandemia elevaron a la superficie lo que rumiaban terraplanistas o anti-cuarentena por ejemplo.

Ahí “está toda la mentira tan tremenda que circulaba en esos días -repasa Valenzuela-. La literatura es la mirada vertical, cuando tenés que profundizar en el lenguaje. En el periodismo podés tomar todos los datos y armar la historia con lo que está, al menos esa es la aspiración, después pasan otras cosas, pero sería la mirada horizontal. Y en este libro hay una mirada oblicua, un descubrimiento reciente y maravilloso que me abrió todo un mundo y que es donde se cruza la periodista con la escritora”.

Foto Paula Ribas
Foto: Paula Ribas.

Con cerca de 40 libros publicados entre novelas, ensayos, cuentos y microrrelatos por los que recibió premios como el Carlos Fuentes y el Machado de Assís o la beca Guggenheim, Valenzuela preside el capítulo argentino del PEN internacional, la asociación mundial de escritores creada en Londres en 1921 para proteger la libertad de expresión y celebrar la literatura. Hace casi 70 años que hace periodismo -comenzó a los 17 y ahora tiene 85-, fue la primera periodista nombrada redactora por la revista La Nación y trabajó en medios que van desde Tía Vicenta, pasando por el New York Times y revistas como Crisis y Gente hasta los diarios La Opinión y Página/12.

La tercera pregunta central en “Los tiempos detenidos” es sobre la muerte. De hecho el libro empieza con una experiencia extracorpórea, durante los devaneos del coma, que enfrenta a la narradora a la decisión de cruzar una cortina negra detrás de la que sabe que está la muerte y decide no hacerlo: “Lo curioso de esa experiencia, que podría ser o no ser la muerte, aunque todo indica que tenía ese aspecto, es que lo que me reclamó a no atravesar la cortina no fueron los afectos ni la familia, sino cosas que tenía por hacer, la sensación muy vívida de un deber que completar”.

La escritura

Cuando leyó el libro de David Rieff sobre Susan Sontag, su madre, “Susan tampoco quería morir porque quería completar sus libros y su obra”, cuenta Valenzuela en “Los tiempos detenidos” y en la entrevista.

“Me agarró un instante ‘sontagsoniano’ -ríe-. Ojalá hubiera sido así toda mi vida. A ese momento de conciencia de la imposición de la escritura lo tuve siempre pero de una manera más light, esto era la vida o la muerte, elegir una u otra porque tenés cosas que completar. Entonces, cada vez que escribo algo, digo, ¿no sería esto lo que tenía que escribir y ahora: caput?”

Otra cuestión en “Los tiempos detenidos” es la necesidad de poner todo en palabra, pero no la palabra oral sino la más reflexiva. “De eso me he dado cuenta hace mucho pero cada vez lo veo más claro -dice Valenzuela-, yo entiendo algo mínimamente cuando lo escribo, si no lo escribo estoy en el limbo”.

-Télam: La pregunta persistente sobre qué es la muerte va cambiando con los años, asumís en el libro.
-Luisa Valenzuela: Lo de la muerte no me lo pregunto tanto, pero, al revés de lo que le pasa a mucha gente cuando tiene una experiencia cercana muerte y después ya no le tiene miedo, yo me quedé más asustada con eso y con menos ganas de morir. Lo cual no está mal, dentro de todo. Si tenés que seguir viviendo, por lo menos que tengas ganas de seguir viviendo.

-T: Estas páginas constelan un linaje femenino de admiración y afecto.
-L.V: Es algo que fue surgiendo en el relato, no es que lo haya pensado como hilo conductor. Vengo de una filiación muy matrilineal, mi hija fue la primera en romper eso porque tuvo un hijo, sino éramos muchas hijas únicas y mujeres. Yo tuve una hermana mayor que murió a mis 10 años, por eso también quedé como hija única (N.d.E. Hay un relato hermoso en el libro de un almuerzo de Luisa, de cinco años, con su hermana de 15, tragando con el puré y las verduras el terror del cuento que le narra Helen, truncado el final y nunca más encontrado porque la madre la frena cuando nota el horror de la más chica).

-T: El padre no aparece en el libro.
-L.V:
Se lo comió mi madre. Estaban separados cuando yo era chica pero murió joven. Yo tenía 16 años, así que también desaparece como figura paterna. Aunque nunca tuve una figura paterna clara como la tienen tantos a pesar de todo. Era un hombre muy bueno y era un médico muy bueno, pero tenía una enfermedad tremenda que era la brucelosis y eso deprime mucho, porque te va comiendo el hígado muy lentamente y entonces crea un temperamento muy melancólico -y eso que era correntino, con lo divertidos que son-, pero adquirió una personalidad apaciguada ante ese fuego artificial que era mi madre. Una fogata era.

-T: La imaginación y el humor aparecen como herramientas en estos textos: la primera acerca verdades y el humor salva.
-L.V:
A veces la imaginación trae cosas muy cercanas a la verdad, porque la narrativa está en la vida y entonces lo que hacés es pescar ciertos hilos sueltos y unirlos para entender, entendés la narrativa de algún suceso. Por eso trabajo a veces poéticamente muy cerca de la realidad, en ideas y cosas que se me ocurren. Y eso del humor lo tuve toda mi vida, soy muy loca en ese sentido porque me salva. Agradezco que todo se convierta en una aventura, hasta las cosas horribles que están pasando, porque poder vivirlo así, mirarlo así, es un regalo.

-T: La búsqueda de conocimiento también es un tema aquí. Todo el libro está planteando un modo diferente de conocimiento, bastante autónomo, libre y en red, un camino que no es en solitario.
-L.V: Es el placer del conocimiento. Lo interesante cuando estás en esa onda, es que las cosas te vienen solas, abrís un libro y en la página en que abrís encontrás algo que estabas buscando. A esa serendipia le hago caso, a eso de cuando estás con las antenas aguzadas.

-T: Está muy nombrado el capitalismo también.
-L.V:
Es que me tiene del tomate, la cuestión del dinero resume todo el horror de la tierra, creo que es el dios actual, tuve cierta ilusión con la criptomoneda pero creo que ya se las arreglaron para manosearla. Más que harta estoy aterrada. Crasa ilusa yo, una de las desilusiones que aparecen en el libro fue creer que íbamos a salir de la pandemia a respetar la Tierra, que íbamos a darnos cuenta del bien que le hicimos por no andar con autos, por todos esos momentos que nos retiramos y la Tierra revivió y aparecieron animales que parecían haber desaparecido, pero volvimos y somos peores: más voracidad, más desesperación por cosechar plata, por incendiar todo y seguir sembrando porquerías.

-T: ¿En qué estás trabajando ahora?
-L.V:
En algo que se llama “La gesta de un personaje” y que me viene obsesionando hace mucho, que es de dónde vienen las historias. Ahora estoy analizando y manteniendo un diálogo con el personaje de mi novela “Fiscal muere”, el comisario Masachesi, que reaparece y me cuenta otras historias. Estoy en esa exploración, escribiendo un ensayo ficcional que circula un poco como la segunda parte de “Los tiempos detenidos”. ¿Una es como Juana de Arco, escucha voces? Y, a veces te dictan, a veces te van diciendo cómo avanza la trama.





Fuente: TELAM